Muralismo
mexicano
Después de la
Revolución mexicana, la creación artística, el pensamiento filosófico, la
difusión de la cultura son impulsados por grupos que en forma natural se fueron
organizando. Filósofos, escritores,
poetas y pintores buscaban la difusión de un pensamiento humanista, basado en
la responsabilidad y solidaridad de todo el pueblo. El arte mexicano se encaminó hacia nuevos
objetivos, la búsqueda de
identidad nacional y la idea de renovación estaban en plena
ebullición. Estas mismas ideas que ya se
venían gestando desde principios del siglo, ahora tomaban fuerza y buscaban
apoyo.
Cabe recordar
que no existía la televisión, los anuncios espectaculares, mucho menos el
internet, precisaban de buscar canales
de difusión que llegaran a toda la población.
El gremio de la plástica estaba muy atento de esta situación, dada la
inmensa población analfabeta. Hasta
antes de la revolución, era bien sabido que, particularmente la pintura era
totalmente elitista. La idea de que la
revolución no trajera un cambio en este sentido, era sencillamente imposible de
considerar para este grupo interdisciplinario. Todas estas inquietudes se
consolidan en el movimiento llamado Muralismo Mexicano. La Revolución y los
cambios que de ella partieron, hizo posible el surgimiento y esplendor del
movimiento llamado y reconocido ya, como una época “El Muralismo Mexicano”.
La pintura
mural mexicana apareció en un determinado momento histórico (post revolución),
destinado a socializar el arte y que, rechaza la pintura tradicional de
caballete, así como cualquier otra obra procedente de los círculos
intelectuales; este grupo de artistas y pensadores, con una visión
revolucionaria del arte y de la vida social, gestionan el apoyo económico, los
sitios absolutamente populares y los insumos necesarios para pintar lo que
ahora, todavía vemos. Proponen la
producción de obras monumentales para el pueblo en las que se retrata la
realidad mexicana, las luchas sociales y otros aspectos de su historia. Los
muralistas se inspiraron en principio en la artesanía, el arte popular, en los
retablos, los corridos, la alfarería, el
arte prehispánico; uno de los objetivos
era llevar la pintura a la calle, a los muros que todos vemos, insertar la obra
en el día a día de cada mexicano. La
vida de la nación, ornamentada con la obra mural. Confiar y educar al pueblo con una imagen
capaz de
hablarle y decirle algo a cada individuo todos los días. De ese sentimiento “nacional” surge la
grandeza de las obras. La riqueza de las
formas, los mensajes ocultos y evidentes, los rostros, las escenas las
historias implícitas, constituyen la riqueza y la intensidad de cada pieza,
logrando así magníficas obras en cuanto a forma y contenido.
El impulsor de este movimiento fue
José Vasconcelos, filósofo y primer secretario de Educación Pública de México
quien, tras la Revolución, pidió a este grupo de artistas jóvenes
revolucionarios que plasmaran en los muros de la Escuela Nacional Preparatoria
de la ciudad de México la imagen de la voluntad nacional. Los artistas tenían total libertad para
elegir los temas y mostrar un mundo nuevo sobre las ruinas, la enfermedad y la
crisis política surgida tras la Revolución. Influidos por el rico pasado
precolombino y colonial, los muralistas desarrollaron un arte monumental y
público, de inspiración tradicional y popular. Pero el muralismo no fue sólo la
expresión plástica de una ideología determinada o de un programa didáctico, o
la ilustración de doctrinas preestablecidas, sino un movimiento que llegó a
rebasar los límites del nacionalismo para crear
un lenguaje propio. Obras llenas
de fuerza, color, en las que destaca el uso de grandes espacios y la
expresividad y dinamismo del trabajo de cada artista; la grandeza de estas
obras radica no sólo en el contenido temático sino en la forma y la belleza
empleadas por sus autores para recrear la realidad de un México nuevo. El muralismo está presente fundamentalmente
en los edificios públicos y en la arquitectura. Los muralistas se convirtieron
en cronistas de la historia mexicana y del sentimiento nacionalista, desde la
antigüedad hasta el momento actual. La figura humana y el color se convierten
en los verdaderos protagonistas de la pintura. En cuanto a la técnica,
redescubrieron el empleo del fresco y de la encáustica, y utilizaron nuevos
materiales y procedimientos que aseguraban larga vida a las obras realizadas en
el exterior. Desde 1922 hasta nuestros
días no se han dejado de hacer murales en México, lo que prueba el éxito y la
fuerza del movimiento. A pocos años del auge,
México exporta todo el conocimiento del muralismo extendiéndose la
práctica a Argentina, Perú y Brasil, y
fue adoptado incluso por Estados Unidos en algunos de sus edificios públicos.
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